lunes, 11 de enero de 2010

EN EL PRINCIPIO

A partir de esta primera entrega iré presentando una serie de reflexiones en el marco de la fe cristiana, con el objeto de contribuir a pensar sobre el contenido y aplicación de la Biblia, la Palabra de Dios.

Soy consciente de existen innumerables y muy buenos sitios con este mismo objetivo; la intención es ofrecer una aporte más en tan rica y extensa área del saber.

Seguramente mucho de lo que aquí se escribirá no sea novedoso en el sentido amplio de la palabra, más si serán planteamientos sobre aspectos importantes, que sirvan para darle vigencia a la Palabra, no en el sentido de darle veracidad a la misma, en virtud de que ella es viva y eficaz; sino en el hecho de darle vida, en nuestra propia vida.

Generalmente nos enfrentamos a la Palabra para estudiarla, defenderla, discutirla, negarla; o simplemente como parte de nuestra vida devocional.

Muchos leen la Biblia, dicen que es la Palabra de Dios, y no pasa nada.

Esto es lamentable.

Y es lamentable, porque la lectura y aprendizaje de la Palabra debe traer consigo un cambio profundo en la vida de las personas.

Una persona no puede leer en la Escritura: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, y continuar en la vida haciendo daño a los demás, de las múltiples formas, directas o sutiles que hemos aprendido a hacerlas.

Porque nos hemos habituado a leer la Escritura para memorizarla, para edificarnos, para conocer la sana doctrina, para corregir errores de los demás; mas muy poco para ponerla en práctica.

Si uno observa con detenimiento la Escritura, notará que tiene aplicaciones prácticas para mejorar la calidad de vida hoy. Generalmente la leemos pensando en la vida en el Cielo, el Paraíso, la Nueva Jerusalén, los Cielos Nuevos y Tierra Nueva; mas la Biblia es para darle vida hoy. Una vez en el Cielo, no tendrá vigencia, ni será útil. Estaremos frente al propio autor de la Palabra, ella, como texto escrito perderá vigencia.

Su vigencia es para el hoy. Debido a ello es que el salmista escribe: “…lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera en mi camino.” (Salmo 119:105). De acuerdo con esto, la lámpara es muy necesaria mientras sirva para alumbrar el camino; una vez llegado al destino, la lámpara seguirá siendo valiosa, más no útil, puesto que hemos llegado al lugar dispuesto.

Otro aspecto interesante, relacionado con nuestra manera de valorar la Escritura, es que la espiritualizamos en tal forma, que la extraemos del contexto humano para elevarla al plano divino. La realidad es que la Palabra desciende del plano divino, celestial, espiritual; al humano. Es decir, la Palabra es para comprenderla y vivirla humanamente, en la Tierra.

Este es el mensaje fundamental de Juan en el primer capítulo de su libro, en el verso catorce expresa claramente: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.”

Hay una primera encarnación del Verbo, la Palabra, es decir de Jesucristo. Ocurrió cuando María fue fecundada por el Espíritu Santo, en Nazaret, dando lugar posteriormente al nacimiento de Jesús en Belén de Judea (Lucas 1:26 y 35 y 2:4-7). Hubo otra encarnación, en el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles fueron Bautizados con el Espíritu Santo de la Promesa, dando lugar al Nacimiento de la Iglesia (Hechos 1:8, y 2:1-4). Hay otra encarnación, que ocurre cuando una persona cree en Jesucristo y le recibe, dando lugar al Nuevo Nacimiento. Este nuevo nacimiento es operado por el Espíritu Santo (Juan capitulo 3), quien en el creyente se constituye como “la mente de Cristo” (1ra. Corintios 2:12 y 16).

Más, hay otra encarnación. Aquella que tiene lugar cuando el creyente vive la Palabra (Santiago 1:22-27)

Este tipo de encarnación es importante, porque tiene que ver con la aplicación de principios para mejorar la calidad de vida del ser humano en general.

Pues bien, esta es la intención al crear esta página: Recordar aquellos principios útiles para una vida de calidad.

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